El ocaso de los dioses de la estepa de Ismail Kadare es la historia de un estudiante albanés, trasunto del propio autor, que cursa estudios en el Instituto de Literatura Maxim Gorki de Moscú a finales del año 1958. Su estancia en la capital soviética se reduce a una vida monótona en la residencia de estudiantes, a su relación con otros escritores que también se alojan en la residencia y a un amorío que vive con una joven rusa. Pero está monotonía se verá interrumpida cuando el narrador descubre un samizdat de El doctor Zhivago y se produce una crisis política entre la República Popular Socialista de Albania encabezada por Enver Hoxha y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviética dirigida por Nikita Jrushchov. Paralelamente a esto también le sorprenderá en Moscú una epidemia de viruela y la concesión del Premio Nobel de literatura a Borís Pasternak, que vendrá acompañada de una virulenta campaña de acoso que es orquestada por el gobierno soviético contra éste.
Publicada en Albania en 1978 (en 1998 editaría la versión definitiva de este texto una vez que su país dejó de ser un país socialista), El ocaso de los dioses de la estepa está narrada en primera persona y es una novela con unos muy fuertes tintes autobiográficos —el propio Kadare estudió en el Instituto de Literatura Maksim Gorki de Moscú en la época en la que se sitúa la acción de la novela— en las que el autor se rebela, entre otras muchas más cosas, de una forma virulenta en contra del realismo socialista que se había impuesto durante el estalinismo como única corriente artística ortodoxa en los países que estaban del otro lado del llamado Telón de Acero. El narrador llega a tener una relación de amistad con estudiantes como el lituano Maskiavicius o con otro balcánico, un griego llamado Anteo, con el que llega a tener una relación más estrecha y a compartir confidencias dentro de ese nido víboras y envidiosos que es la residencia de estudiantes donde se hospeda el narrador, donde la conserje Katia parece encargada de vigilar a los estudiantes extranjeros e informar a las autoridades de cualquier comportamiento sospechoso. Con Lida Snieguina, una joven moscovita, comienza a tener un romance al que los acontecimientos políticos y la crisis espiritual del momento entorpecerán y no serán de ayuda a cimentar la relación sentimental.
Ismail Kadare consigue reconstruir con la minuciosidad de un maestro orfebre la atmósfera kafkiana y opresiva que se vivía en aquellos días en Moscú, en los que las únicas formas de sobrellevar el sopor y ese ambiente plúmbeo eran a través del consumo de alcohol y con el trato con mujeres, puesto que «era su propia presencia la que purificaba la atmósfera, la que la protegía del deterioro y la podredumbre». La castración creativa que supone el realismo socialista y a la que son sometidos los escritores de la órbita soviética, a los que cualquier mínima desviación los puede condenar al ostracismo como le ocurre a Pasternak; pero también al público lector, a los que de forma paternalista los gobernantes les dice qué pueden y qué no pueden leer, siendo la única forma de burlar la férrea censura el samizdat (самиздат) —copia manual o mecanografiada y el intercambio clandestino de literatura o de material político prohibidos por la censura soviética—, como el que narrador encuentra en el que puede leer sin saberlo un fragmento de la novela El doctor Zhivago.

Esta novela con reminiscencias wagnerianas en su título es una reflexión sobre el enfrentamiento entre el escritor y el Estado, en un momento en el que escribir algo que se aleje del camino recto marcado por los líderes políticos es jugarse la libertad, el honor o incluso la vida. También es un ataque al realismo socialista y a esos autores que se arriman al calor del poder y que por fanatismo o por envidia organizan ataques (o lo que hoy serían escraches) a autores díscolos o heterodoxos. Aunque lejos de cualquier ademán idealista Kadare muestra una mirada lírica y desengañada de la vida, la novela está repleta de alusiones autobiográficas como esa novela sobre un general italiano y un ejército de soldados muertos que el narrador está escribiendo (que será el germen de la primera novela del propio Kadare El general del ejército muerto); que unido a la obsesión que muestra el narrador por los mitos griegos y balcánicos, en especial por el mito de Constandin y Doruntia (al que volverá Kadare en la novela El viaje nupcial), en contraposición con los mitos eslavos que le infunden un terror irracional. También parece querer mostrar y dejar claro que los ciudadanos somos unos peleles en manos de los gobernantes y que estamos atrapados sin que podamos hacer nada en esa tela de araña que es la geopolítica ya que, cuando se enfrían las relaciones entre la patria del narrador y la U.R.S.S., su vida sentimental y social se van al traste en el momento en el que desde la embajada albanesa recomiendan a sus ciudadanos que limiten sus relaciones con los soviéticos, sobre todo con las chicas moscovitas.
Aunque para muchos El palacio de los sueños es la obra maestra indiscutible de Ismail Kadare —y seguramente tengan razón— para mí El ocaso de los dioses de la estepa es una novela especial y sentimental que me hace inclinarme por ella entre toda esa pléyade de grandes novelas que ha parido el talento del escritor nacido en Gjirokastra, puesto que fue la ventana donde me asomé por primera vez a ese rico universo kadariano en el que convergen ecos de los «territorios homéricos», las leyendas, las tradiciones y la asfixiante situación política de Albania, el simbolismo, la autoficción y donde se dan la mano de forma extraña el realismo y el surrealismo. Todo esto dota a esta novela corta de Ismail Kadare de un tono oscuro y de una melancólica belleza que hacen de ésta una de las más accesible narración para iniciarse en la obra de este escritor albanés, ya que en ella encontraremos casi todos —por no decir todos— los elementos que conforman ese estilo literario tan personal con el que Kadare sella sus novelas. «Hace frío en Rusia, hermano. Hace infamia».
Ficha técnica:
Título original: Muzgu i perëndive të stepës.
Autor: Ismail Kadare.
Traducción: Ramón Sánchez Lizarralde.
Editorial: Anaya & Mario Muchnik.
Año: 1991.